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jueves, 19 de mayo de 2011

El encarcelamiento racial


Mumia Abu Jamal La Haine

Estimados amigos, activistas, académicos y colegas: ¡A movernos!

Gracias por invitarme a participar en este Congreso. Es un honor compartir estos breves momentos con ustedes. Saludos a los panelistas, a muchos de los cuales conozco y admiro.

El tema es un reto formidable, por no decir otra cosa: los meros números asombran, especialmente cuando consideramos su impacto familiar, social, comunitario y político.

Me atrevo a decir que los africano-americanos entre ustedes, sea cual sea su clase social o nivel de ingresos, no tendrán que pensar mucho para recordar un sobrino, o demasiadas veces una sobrina, por no mencionar un hijo o hija, que, de no estar encerrado en este momento, ha sido preso o presa en un sistema local, estatal o federal.

Esto habla de la ubicuidad del problema, de los vastos números de hombres, mujeres y jóvenes que residen en el complejo industrial carcelario en Estados Unidos. Como muchos de ustedes saben, Estados Unidos, con apenas 5% de la población del mundo, encarcela a 25% de todos los presos del mundo. Como ha notado Michelle Alexander (quien participará en este Congreso hoy en la noche), el número de presas y presos negros aquí, rivaliza y supera el número encarcelado en Sudáfrica durante el odioso sistema del apartheid, en su apogeo.


No debemos tomar a la ligera esta analogía, porque el apartheid sudafricano fue el epítome del estado racista policial, solo superado por la Alemania nazi en su naturaleza repulsiva. Además, mucha de su energía fue dedicada a una guerra de facto (o por lo menos, para usar la jerga del espionaje militar, un conflicto de baja intensidad), contra la mayoría negra, que criminalizaba casi todas los aspectos de la vida independiente africana, al restringir los lugares para vivir, trabajar, estudiar e incluso hacer el amor.

Esto habla de que tan ciegos estamos en este país a la magnitud del problema (ni hablar de su resolución), y de cómo ha sido normalizado en la conciencia social y política, en parte porque los medios de comunicación corporativos hacen caso omiso de la historia, o la presentan sesgadamente. Si ellos pudieron fallar en los reportajes que nos conducían a una guerra horrible (me refiero a la guerra contra Irak) ellos seguramente pueden fallar en sus reportajes sobre los parámetros del conflicto de baja intensidad que aplasta la vida de los negros.

Quizás las palabras de alguien que no es de Estados Unidos (no quiero llamarlo “extranjero”), pero quien por mucho tiempo ha sido un observador de este país, nos puedan ayudar a comprender esto. A los 71 años, el gran regalo musical de Sudáfrica, Hugh Masekela, dio una entrevista en la que habló de la Sudáfrica post-apartheid: "La mayoría de la población solo logró el derecho a votar y menos hostigamiento de la policía. Pero cualquier otro cambio sería malo para los negocios. Lo mismo pasa aquí en Estados Unidos, donde los frutos del Movimiento de los Derechos Civiles son mínimos."

Cito a Masekela no solo porque es célebre (tampoco porque amo su música), sino porque él, como millones de africanos, vivió bajo la locura del apartheid, y por eso lo conoce íntimamente, aún cuando él se escapó posteriormente y vivió en el extranjero. Sabe reconocer los elementos del apartheid en la vida estadounidense.

Pero, ¿por qué el apartheid se ve como algo repulsivo mientras el complejo industrial carcelario de Estados Unidos se ve como algo benigno?

Creo que la respuesta tiene dos aspectos: 1) las élites políticas de los partidos demócrata y republicano llegaron a un consenso bipartidista en este asunto; y 2), la presencia de actores políticos negros en diferentes puestos de gobierno funciona como escudo que repele las críticas sobre la naturaleza racista del sistema.

Como en Sudáfrica, las élites políticas negras de Estados Unidos se han beneficiado de un sistema económico que es profundamente injusto para la gran mayoría de la gente africana, especialmente para los pobres y para la clase trabajadora. Así que la raza protege la división de clases, y a pesar de las apariencias, también protege la desigualdad social.

En esencia, el régimen post-apartheid consiguió un resultado que la era del apartheid había intentado construir sin éxito: crear una clase amortiguadora para proteger las tierras, la propiedad y la riqueza material de la clase de una minoría de colonos blancos.

Es una de las ironías de la historia que el gobierno del Congreso Nacional Africano haya conseguido ese resultado, aunque ocurrió a través de un acuerdo negociado.

Dejemos las interpretaciones teórica-políticas por un momento para ver un ejemplo real. Hace varios meses, un escuadrón de policía asaltó una casa de una familia de la clase trabajadora negra. Disparó a la casa desde afuera y mató a una niña. Eso, en sí, desgraciadamente, no es notable. Sin embargo, tiene resonancia cuando nos damos cuenta que tanto el alcalde de la ciudad, como su jefe de policía, eran negros. Creo que ustedes que recuerdan este incidente también reconocerán el nombre de la hermosa niña asesinada, Aiyannah Jones, y la ciudad, Detroit, Michigan. Sin duda, esto nos da otra perspectiva sobre la función política de los líderes negros, y sobre su impotencia en detener las acciones del estado que ponen en peligro la vida de los negros pobres.

Una de las participantes principales de este Congreso, la profesora de derecho Michelle Alexander, aborda algunos de estos puntos en su libro, El Nuevo Jim Crow. Pero en las reseñas que he leído no he visto mención de un punto que me parece muy importante (aunque probablemente no he visto muchas de las críticas porque por lo general, los presos no tenemos computadores). Me refiero a su observación que los negros de la clase pobre y trabajadora constituyen una casta en la sociedad estadounidense.

En una nación que promueve la democracia, uno pensaría que la acusación de que una marcada casta racial existe al centro de ella hubiera provocado controversia. Pero a juzgar por lo que he leído, este importante punto ni siquiera ha sido discutido.

Para concluir, naturalmente quiero recomendar este libro a todos para que lo estudien. Pero debo hacer algo más.

Sabemos llamar a un nuevo movimiento popular, agitar por ello, y si no nos queda otra, crear un movimiento que luche para destruir este sistema de castas de una buena vez. Está en nuestro interés colectivo hacerlo. Porque la mayoría de los estudiosos, intelectuales, académicos y élites políticas de los negros están sólo a una generación de distancia de los guetos de memoria lejana. Pero, con el derrumbe de la economía estadounidense y la reducción del sistema de bienestar y del propio Estado ¿en dónde creen que harán los cortes?

Finalmente, nosotros sabemos que las leyes que privan a los ex reclusos de su derecho al voto inexorablemente condujeron a la elección de George W. Bush, en 2000. Piensen en cómo el mundo podría ser ahora si ese evento político no hubiera sucedido. Está en el interés de todas y de todos.

Gracias. ¡A movernos!

Mumía Abu-Jamal, M.A., desde el corredor de la muerte, Pensilvania

Traducción: Amig@s de Mumia de México

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